ALBATROS EDICIONES
¡nueva publicación!
...A Matilde nunca le gustó madrugar, ni siquiera cuando ​siendo​ todavÃa una niña tenÃa que levantarse temprano para ir de excursión. No compartÃa, en absoluto, el entusiasmo de sus compañeras de clase cada vez que en el colegio se proponÃa una visita escolar. Para ella, igual que le ocurrÃa a su madre, el dÃa ideal empezaba desperezándose en la cama, tras haber dormido a pierna suelta, sin escuchar el zumbido del despertador. Pero, claro, eso sólo podÃa hacerlo durante los fines de semana que a su familia no se le ocurrÃa la brillante idea de salir pronto para pasar el dÃa en el campo o en la playa.
Disfrutaba a rabiar despertándose tarde y entrando sigilosamente en la cocina de su casa, amplia y cálida, para prepararse un desayuno completo, con zumo, tostadas untadas en mantequilla y mermelada, queso fresco y un tazón repleto de leche frÃa. Era un verdadero placer, ella lo vivÃa casi como una necesidad, estar sola durante esa primera hora del dÃa, cuando todos los demás ya hacÃa rato que se habÃan levantado, excepto su madre que, si estaba despierta, tenÃa por costumbre tomarse el primer café en la alcoba. Después del desayuno, le gustaba sumergirse en la bañera con agua muy caliente y permanecer perezosamente allà observando las trasformaciones de su piel y viendo cómo se enrojecÃa primero con el calor hasta que, después de un largo rato, se erizaba como un pollo desplumado al contacto con el agua ya frÃa. SolÃa bajar luego a la calle para comprarle el periódico a su padre en el quiosco de la esquina y comprobar, de paso, las pelÃculas de los dos cines que quedaban próximos a su casa. Durante la comida practicarÃa el juego fácil de convencer a su abuela para que la acompañara al cine, asegurando a sus padres que estarÃan de vuelta antes de la hora de cenar.